Delante de la
fragilidad del Hijo de Dios, protegido por la ternura de su Madre santísima,
pienso en cuántas pequeñas víctimas inocentes son arrancadas por el egoísmo y
por la insensibilidad de quienes han procreado para tirar el fruto al cubo de la
basura.
Sin embargo, no
quiero pensar en el mal que parece sumergirnos, sino que prefiero agradecer a
Dios el estupendo don de la vida.
Hemos de pedir
al Señor que mantenga firmes en su empeño a todos aquellos que, comenzando por
nuestros padres, han luchado y todavía se esfuerzan para que la vida continúe
floreciendo y desarrollándose.
Ante tanto mal,
Dios continúa sonriéndonos cada vez que una mano se abre al bien, y una voz
defiende al débil, como es el niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario